Cómo escribí mi Poema pedagógico[1]
Antón Makárenko
Traducción : Norberto Zúñiga Mendoza
[…]
Hace mucho tiempo, en
el año de 1915, escribí mi primera narración con el nombre Un día tonto. Tenía 27 años, y tenía entonces una idea muy vaga
acerca de la labor literaria y mucho más acerca de las normas de la creación
artística. Yo tomé un caso interesante de la vida y sencillamente me puse a
narrar sobre él. Envíe mi trabajo a Aleksei Maksímovich Gorki (conocido
habitualmente como Maksim Gorki), que en ese tiempo editaba la revista
“Crónica”. Dos semanas después recibí su respuesta; la recuerdo al pie de la
letra:
“El tema de su relato es interesante, pero tiene
una escritura muy débil: no hay contexto de fondo, el diálogo no es atractivo,
el drama de las emociones del personaje principal no está claro. Intente
escribir sobre otra cosa”.
Con esta carta
entendí muy bien que no sabía escribir y que hacía falta prepararse mucho. Puede
ser que en el fondo de mi alma haya quedado una desagradable huella, pero me
puse a estudiar extendida y profundamente. Por trece años olvidé por completo
repetir cualquier intento de escritura, sin embargo, me hice de un cuaderno
donde iba registrando todo aquello que me parecía digno de ser anotado. Primeramente,
en este cuaderno predominaban los aforismos y las sentencias, después,
acostumbré anotar detalles de la vida, paisajes, comparaciones, diálogos,
descripciones de imágenes, de temas o palabrejas. Hacia el fin de 1927, había
compilado una gran cantidad de materiales, pero aún así, no me decidía con
respecto al libro; me parecía que aún no estaba preparado para ser un escritor.
Continuamente recordaba aquella carta de Aleksei Maksimovich. Sobre el contexto
no tenía duda, pero acerca de la elaboración de un diálogo interesante, me era
aún inasequible. Lo más curioso resultaba lo siguiente: Mientras trabajaba en
la colonia Gorki (colonia: casas cooperativas
para huérfanos de la guerra civil y delincuentes juveniles fundadas por Makárenko
en Ucrania, donde principalmente se les enseñaban artes y oficios), pasaba ante
mí una vida difícil y tensa con unos cientos de jóvenes, pero yo consideraba
que estas vivencias eran tan de lo más común y corriente, que difícilmente
podrían ser consideradas objeto de alguna composición literaria. En mis
libretas de apuntes no había nada precisamente sobre esa vida, la cual conocía
yo mejor que nadie. Consideraba que si alguna vez escribía una novela, sería
sobre el ser humano o sobre el amor o sobre grandes acontecimientos
revolucionarios. Pero, sobre esta vida común de vagabundos y delincuentes en el
abandono, y que era de todos conocida, no había nada más que escribir.
En 1928, estuvo tres días de visita
Aleksei Maksimovich. La colonia le encantó sobremanera, principalmente todo el
conjunto de métodos pedagógicos que ahí funcionaban. Conversé bastante con
Gorki sobre la colonia, sobre los descubrimientos pedagógicos y sus fundamentos
educativos. Los temas que tratamos de ningún modo tocaron los aspectos de la
creación literaria. Procuré no referirme a mis sueños de antaño de convertirme en
escritor y ni siquiera le recordé a Gorki de aquel relato Un día tonto, enviado en el año de 1915, y por supuesto que él ya
lo habría olvidado.
Al conversar con Aleksei Maksimovich,
yo me sentía exclusivamente pedagogo, me sentía además muy presionado, ya que
en esos días pasaba por momentos fatalmente desagradables en relación con la
disputa pedagógica que sostenía ante los ataques burocráticos de los comisarios
hacia mi colonia.
Aleksei Maksimovich mostró excepcional
interés hacia la revolución pedagógica que estábamos llevando a cabo en la
colonia. Llamaron su atención nuestra postura innovadora hacia la situación del
sujeto en el mundo, las nuevas formas de acceder a la confianza del individuo y
los nuevos principios de la disciplina social y creativa que practicábamos.
Aleksei Maksimovich expresó al respecto:
“Usted
debe escribir sobre todo esto. No debe usted permanecer callado. No se debe ocultar
todo lo que ha logrado usted en el ámbito de nuestra difícil labor social.
Escriba un libro”.
Tal sentencia de
Aleksei Maksimovich la tomé como un mandato y en cuanto él se retiró,
inmediatamente me puse a escribir. La primera parte de mi Poema pedagógico, la tracé muy rápido, en dos meses, sin importar
la situación tan complicada que vivíamos en la colonia y que mis enemigos, al
final de cuentas, me habían echado de ella. Al trabajar en esa primera parte
del Poema, estaba muy convencido de
que escribía un panfleto pedagógico y que nada tenía que ver con una creación
artística. Pero de un modo u otro, intenté darle un giro beletrista, guiándome exclusivamente por la siguiente
consideración: Para qué demostrar lo correcto de mis principios pedagógicos si
la vida misma, mejor que nada, se encargaba de demostrarlos, me centraría
simplemente en describirlos. En aquel momento era aún fuerte la paidología, descollante bajo la bandera
de una ciencia “marxista”. Le temía a esta paidología
no sin una fuerte dosis de hostilidad. Pero tomar una actitud de embate en su
contra era extremadamente temerario. Me pareció que era la mejor forma de
iniciar una ofensiva, si no frontalmente, al menos sí de una manera
estilísticamente literaria, beletrista.
Con la primera parte terminada,
yo aún estaba seguro de que esta obra de ningún modo era una pieza literaria,
sino que era un libro de pedagogía, escrito únicamente en forma de memorias. El
libro no me gustaba. Y como antes, yo seguía convencido que la vida en la
colonia de delincuentes juveniles era de escaso interés, y que en todo caso, ya
se había escrito demasiado y bien sobre el tema. Por ello, nunca mandé el libro
a Aleksei Maksimovich, lo guardé varios meses en un cajón del escritorio;
posteriormente, lo volví a leer, sonreí con tristeza y lo envíe al desván donde
amontonaba todas las cosas que estorbaban en mi apretujada habitación.
Cuatro años después,
cuando no sólo había olvidado el libro, sino además mi sueño de convertirme en
escritor, florecía y tenía ya fama mundial la extraordinaria comuna Dzerzhinski, en la cual trabajaba y me
mantenía bastante ocupado en cuestiones de la fábrica FED (por sus iniciales Felix Edmundovich Dzerzhinski, fábrica de
artículos fotográficos fundada a iniciativa de Makarenko en 1927 en la ciudad
de Kharkov, Ucrania. En ella se empleaba a los delincuentes juveniles
reformados), uno de mis colaboradores, el jefe de la sección financiera de la
comuna, encontró en alguna carpeta varias páginas del Poema pedagógico, las leyó y llamaron su atención. Insistió en leer
el libro completo, el cual en ese momento ni siquiera título tenía. No me negué,
en realidad pensé: ¡Pues que lo lea!
Quedé muy sorprendido ante su arrebato lector, lo que por supuesto, no llegó a
marearme. Yo pensé: es un lector provinciano, y además, contador, qué puede
entender de literatura. Inesperadamente, en esos mismos días, recibí una carta
y posteriormente un telegrama de Aleksei Maksimovich, exigiendo inmediatamente
que le presentara el libro. Como no tenía mucho que hacer, viajé a Moscú y
llevé consigo el que titulé entonces Poema
pedagógico.
Aleksei Maksimovich
leyó el libro en un solo día e inmediatamente ordenó su edición.
Aquí, estoy en deuda
con mis propias paciencia y calma. Mi libro salió en el año de 1933, y yo
contaba ya 45 años de edad. A lo largo de esos años he acumulado una rica
experiencia en la vida y en la lucha. Me convertí en un especialista en el
ámbito de la educación, fundé dos colonias y han egresado de ellas cerca de mil
personas que laboran ahora como verdaderos ciudadanos honrados de este país socialista.
Pero, lo más agradable, es que aprendí a escribir sobre la vida. Aquél mismo diálogo,
que en mi primera narración resultaba poco interesante, al que más temía y
gracias a mi trabajo obstinado consigo mismo, en la actualidad forma parte del
estilo que es para mí el más familiar: la epístola.
Sin advertirlo, a lo
largo de esos trece años de mi silencio literario, he trabajado en el diálogo.
Y en esto, han tenido una enorme participación mis notas del cuaderno. Actualmente,
las elaboro con mucho esmero y considero que en ellas se basa gran parte del trabajo
del escritor. Al día de hoy, he juntado cerca de 4000 notas en mis cuadernos. A
cada escritor, y particularmente al principiante, le recomiendo ampliamente el
uso del cuaderno de notas.
[…]
[1] Fragmento del texto: A Makarenko, “Charlas con los escritores
principiantes”, en VVAA. Sobre la labor
del escritor. Moscú, 1953. (en ruso). Originalmente publicado en la revista
Estudios literarios, 1938, N° 10 (en ruso).
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